GONZALO ROJAS

Chile, 1917 – 2011

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I PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA 1992

GONZALO ROJAS

Chile, 1917 – 2011

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I PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA 1992

BIOGRAFÍA

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En la tradición de la lírica chilena de nuestro siglo, Gonzalo Rojas se afirma como uno de los más valiosos poetas de lengua española. En las décadas primeras de este siglo los también chilenos Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda trazaron una línea que trascendió las fronteras. Más tarde, cuando Neruda ya había entregado alguna de sus más significativas colecciones (Residencia en la tierra I, 1931; II, 1935), surge la promoción poética de 1938. A este grupo, y en concreto al que se formó en torno a la revista Mandrágora, se suele adscribir a Gonzalo Rojas. Mandrágora duró básicamente de 1938 a 1941, y la actitud disidente del poeta se manifestó pronto en su huida a las tierras andinas de Atacama, donde en 1942 y 1943 compartió las experiencias de dolor y sacrificio de los mineros del norte de Chile. Allí nacerá su primer hijo y gestará su primer libro La miseria del hombre (1948). Tras 16 años de silencio creativo, aparecerá su segundo libro, Contra la muerte (1964); con la aparición de Oscuro (1977) su obra ya tendrá una continuidad permanente que se cerrará poco antes de que falleciera con su último título, Con arrimo y sin arrimo (2010). Su obra se enmarca dentro de la tradición de las vanguardias latinoamericanas, con gran influencia del surrealismo, de la poesía latina y del gran César Vallejo. Obtuvo, además del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992), el Nacional de Literatura de Chile, el Internacional Octavio Paz de Literatura y Ensayo en México, el José Hernández en Argentina y el Cervantes en España.

Portada "Cinco Visiones" de Gonzalo Rojas

«Peleas. Duermes. Comes. Engendras. Envejeces.

Pasas al otro día»

SUS POEMAS

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80 VECES NADIE

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¿Y?, rotación y
traslación, ¿nos
vemos
el XXI? ¿Nos
vamos o
nos quedamos? Van 80,
y qué.
De nariz
van 80, de aire, de mujeres
velocísimas que amé, olí, palpé, de
mariposas maravillosas del Cáucaso irreal adonde
no se llega tan fácilmente porque no hay Cáucaso irrea1, de eso
y nada van 80, de olfato
de niñez corriendo Lebu abajo, los pies
sangrientos rajados por el roquerío y el piedrerío, de eso, del
carbón pariente del diamante, de las
gaviotas libérrimas van
80, del zumbido
ronco del mar,
de la diafanidad del mar.

Habrá viejos y viejos, unos
vueltos hacia la decrepitud y otros
hacia la lozanía, yo estoy
por la lozanía, el cero
uterino es cosa de los mayas, no hay cero
ni huevo cósmico, lo que hay en este caso
-y que se me entienda de una vez- es un ocho
carnal y mortal con mis orejas de niño para oír el Mundo, un ocho
intacto y pitagórico, mis hermanos
paridos por mi madre fueron ocho, los pétalos
del loto, la rosa de los vientos, lo innumerable
de la Eternidad, mi primer salto al vacío
desde el muelle de fierro contra el oleaje, ahí voy. Difícil
ocho mío nadar con este viejo a cuestas.

Así las cosas, ¿nos entonces vemos
el xxi? Los
verdaderos poetas son de repente: nacen
y desnacen en cuatro líneas, y
nada de obras completas,
otros entreleen a su Homero por ahí en inglés entre el ruido
de los aeropuertos a falta de Ilión,
Hölderlin fue el último que habló con los dioses,
yo no puedo. El Hado
no da para más pero hablando en confianza ¿quién
da para más?, ¿el aquelarre
de los nuevos brujos de la Física?, ¿el amor?, pero
¿qué se ama cuando se ama?, ¿las estrellas?, pero ¿quiénes
son las estrellas profanadas como están por las
máquinas del villorio? Lo
irreparable es el hastío.

PERDÍ MI JUVENTUD

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Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.
Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.
Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.
Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.

Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.
A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.
Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.
Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.
No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.

«Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire

para decirte nada, como dice el vacío.»

EL AUTOR EN LOS MEDIOS

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