PABLO GARCÍA BAENA

España, 1923 – 2018

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XVII PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA 2008

PABLO GARCÍA BAENA

España, 1923 – 2018

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XVII PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA 2008

BIOGRAFÍA

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Pablo García Baena heredó de su abuelo la afición a la lectura, aunque sería su hermano Antonio quien le guiaría en las primeras (Dumas, Salgari, Verne, Stendhal). La muerte de Antonio lo marcó definitivamente y quizá fuera el detonante de su fuerte vocación poética. Él sólo tenía diecisiete años. Su primer libro, Rumor oculto, sale en Madrid de las prensas de la revista Fantasía en 1946. Al año siguiente presentaría Junio al premio Adonais sin éxito, pero de ese hecho nacería la revista y el grupo Cántico, que reivindicaba una mayor exigencia formal y estética y una mayor sensualidad, y enlazaba con la poesía de la Generación del 27, en especial con Luis Cernuda. Rumor oculto siguieron Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958). Luego llegaron los largos años de silencio, su traslado a Málaga y el olvido, hasta que a finales de los años setenta el reconocimiento empieza a ser un hecho.
En 1978 ve la luz Antes que el tiempo acabe, le siguen Tres voces del verano (1980), Gozos para la Navidad de Vicente Núñez (1984), Fieles guirnaldas fugitivas (1990), entre otros. La poesía de Pablo García Baena aúna sensualidad y profundidad en un lenguaje de complicada y precisa perfección técnica que, en parte, viene de los grandes maestros del Siglo de Oro, señaladamente Góngora. Su último libro unitario es de 2006: Los Campos Elíseos. Entre los premios recibidos están, además del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2008), el Príncipe de Asturias de las Letras y el Andalucía de las Letras.

Portada "Rama fiel" de Pablo García Baena

«Bajo mi boca que la tuya aprisiona

siento los dientes fuertes de tu piel calavera»

SUS POEMAS

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VENECIA

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Allí Venecia en el otoño adriático
su veronés veneno verdeante,
su carnaval mojado desparrama,
reparte entre las manos del viajero
camisetas rayadas, bucentauros,
palomas ciprias hacia San Giorgio.
Llegan todos ansiosos: kodak, planos,
¡oh Venecia!,
tarjetas del albergo Paganelli.
Oros líquidos caen de los bulbos hinchados,
de las cúpulas tensas,
la corrupción nos acerca entre tus brazos náyades.
Chorreantes caballos patalean agónicos
los desteñidos bronces. Suena el tiempo
y te hundes, Venecia,
erizada de escamas como un reptil heráldico,
nos hundimos contigo en tu estancado páramo,

en ligeros pecados como música o lluvia,
frutales azafates donde bichean los vermes.
Se abrazan los tetrarcas en el pórfido,
presta la espada a la erosión del beso,
a la campana virgen del diácono.
Y te vuelves al mar, tu padre incestuoso
que te posee abierta, a la costumbre,
pintada actriz que sabe que el amor es moneda fugitiva,
vieja opulenta que fuiste Serenísima,
madre de usuras y mercaderías,
en tu diván de légamo y recuerdo.
Vuelves al mar. Por la Laguna Muerta
el cementerio flota como un ahogado oscuro,
barcazas de difuntos al olvido,
riada de sollozos alejándose:
Lord Byron, corazón de cornalina,
indumentos gofrados de Fortuny,
laureles dannunzianos,
rojas gemas al cuello de Desdémona,
Ana Karenina y su pamela paja
—niebla al fragor de la locomotora—:
«Usted puede arrastrar mi nombre por el lodo.»
Arrástranos contigo, cortesana del agua,
sueltos los ceñidores, los secretos,
cloacas engullendo últimas resistencias,
carmíneas lumbrerías del deseo.
Rige la podredumbre carnal con tu tridente,
caduceo florido, muslo, armiño encharcado,
mientras tus muros caen al liquen de los labios,
góticas cresterías hacia el fondo,
hacia el silencio, lecho, adormidera,
a tu fango de hastío y de sabiduría,
a tu esplendente fin inexorable,
Venecia.

VIERNES SANTO

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Hace frío en los atrios esta noche,
ascuas de cobre sobre los braseros aviva la criada
y la helada ginebra enfría el labio.
Roberto Carlos baja tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo,
oh alma mía asómate al gallo, no,
no le conozco, a la mirada, no, no quiero ver,
sólo tu pecho entreabriendo rosa oscura
a la táctil araña de las manos.
Y está el Pretorio ró con el alba,
jaspes yertos, columna,
y desnudo, desnudo hasta la sangre,
nos desnudamos, rito, sobre el lecho, cordeles lacerantes
de los besos, caricias aprietan,
tiran, tinta la res del sacrificio,
soldados, carcajadas, extinguidas antorchas humeantes,
oh qué hambrienta vesania, brasas, bocas
ardiendo, crepitantes leños rojos,

la túnica de loco arrodillado busca,
ya no blanca, ni grana, ni violeta,
sí rígida por las costras,
por el rayo fulmíneo que derriba
y no apagues la luz quiero verte los ojos,
averigua quién te dio el golpe,
el mazo martillea los clavos en la fragua,
tafetanes ungiendo sacerdotal desdén,
y tú me quieres, vino nuevo embriagando mis venas,
arterias al ocaso como dalias,
no apartes este cáliz, esta hiel, está el campo
del alfarero ya comprado con las treinta monedas,
húmeda arcilla donde clavar alarias plateadas,
plateados placeres, marea embravecida y plateada
luna, tinieblas, rueda el dado ciego
y un vaho de hedor sube de los sepulcros,
pliega tus alas sobre mi carroña,
sobre mi carne viva,
suave buitre ígneo, rapaz tormenta deseada,
lluvia sangrienta empapa el monte oscuro,
la adarga, los arneses, fluye cárdena
sobre las blancas sábanas, los lienzos taponados de rubíes,
no caiga sobre mí la sangre de este justo,
pues sólo quise amarte.
la túnica de loco arrodillado busca,
ya no blanca, ni grana, ni violeta,
sí rígida por las costras,
por el rayo fulmíneo que derriba
y no apagues la luz quiero verte los ojos,
averigua quién te dio el golpe,
el mazo martillea los clavos en la fragua,
tafetanes ungiendo sacerdotal desdén,
y tú me quieres, vino nuevo embriagando mis venas,
arterias al ocaso como dalias,
no apartes este cáliz, esta hiel, está el campo
del alfarero ya comprado con las treinta monedas,
húmeda arcilla donde clavar alarias plateadas,
plateados placeres, marea embravecida y plateada
luna, tinieblas, rueda el dado ciego
y un vaho de hedor sube de los sepulcros,
pliega tus alas sobre mi carroña,
sobre mi carne viva,
suave buitre ígneo, rapaz tormenta deseada,
lluvia sangrienta empapa el monte oscuro,
la adarga, los arneses, fluye cárdena
sobre las blancas sábanas, los lienzos taponados de rubíes,
no caiga sobre mí la sangre de este justo,
pues sólo quise amarte.

«Y una noche me dijo, su lengua por mi oído,

«Quisiera haberme muerto»«